Esta historia comienza como todas las historias...
Érase una vez un anciano que paseaba por su pueblecito, un
pueblecito, pequeño, lleno de buenos recuerdos de su infancia, la iglesia en el
centro del pueblo, en la plaza alta, la plazita empedrada donde se celebran las
fiestas y esa inmediatez del campo. A un paso el camino llano hacia los bosques
de encinas y al otro lado del pueblo las sendas que serpentean por los montes
una hacia lo alto y la otra hacia la parte baja del río y su puente romano.
Era por la mañana, temprano, cuando en el aire aún se sentía
el frescor de las primeras horas. Decidió coger el camino del monte, sin rumbo
fijo.
A la salida del pueblo se encontró con un hombre de mediana
edad, vecino del pueblo que decidió acompañarle a pasear.
El hombre tuvo que acompasar su caminar al del anciano ya
que este no tenía ninguna prisa y observaba con deleite cada piedra, cada
pájaro, cada árbol.
El hombre de mediana edad, que Antonio se llamaba, dejándose
llevar por el ritmo de la caminata acompasó también sus pensamientos al ritmo
de la marcha y sin hablar ninguno de los dos se dejó llevar por sus
pensamientos, hacía poco que había perdido a su pareja y tenía desazón y enfado
por la vida misma.
En sus pensamientos se fraguaba la ansiedad y los
pensamientos que provocaban desánimo y desesperanza
- Estaba mejor hace unos años, aquellos tiempos sí que eran
buenos.
El anciano sin pronunciar palabra observaba con discreción
lo gestos y ademanes de Antonio, no decía nada, pero observaba.
- Lo que hubiera podido lograr sino me hubiera metido en esa
relación, la culpa de que me encuentre donde estoy es de lo que pasó
- Yo quería haber llegado a ser Director del departamento,
pero aquella enfermedad que me mantuvo de baja médica tanto tiempo, maldita
sea, ¡no estuve tan lejos de conseguirlo!
Luego claro, ya era tarde, pusieron a Pedro en mi lugar,
maldita empresa que no pudo esperarme 6 meses. Claro, es normal me enfadé mucho
y me terminé frustrando. Sin duda Pedro ha tenido más éxito que yo.
El anciano seguía observando.
- ¡¡¡Si es que no tengo suerte!!!
- Yo quería hacer cosas, pero no me atrevía, no tenía el
coraje y la fuerza para hacerlo. Era más fácil criticar a la empresa, a mi jefe
y a mis compañeros. Todos me odiaban, eso es verdad, todos estaban en contra
mía... La vida es así todo el mundo me odia.
- Yo soy bueno, no, muy bueno, soy el mejor, ayudo, y además
me intereso, son ellos, ellos me han llevado a esta situación.
- LA CULPA ES DE LOS DEMÁS, NO MÍA. NUNCA HA SIDO MÍA.
El anciano se dio cuenta que aquí finalizaba la espera, era
el momento de hablar.
- ¡Antonio mira ese conejo!. Le dijo para llamar su atención
y sacarle del túnel. - Corre por el campo, salta, brinca, que buena planta
tiene... ¿sabes que por la zona he visto un zorrillo? Ayer le vi burlarle, el
conejo se escapó de sus garras el muy bribón. Seguramente le quede poco de vida
al pobre conejo, al zorro se le vio hambriento y con ganas de cazarle.
Antonio pensaba "¡que tonterías me está contando el
abuelo!" con las cosas tan importantes que estaba pensando yo.
- Pues si Antonio, ahí tienes al conejo corriendo y
brincando, preocupándose únicamente del futuro inmediato, porque el futuro a
largo plazo es incierto.
Cada mañana se levanta y da las gracias por poder vivir un
día más, sale de su cueva y da las gracias al campo, a la tierra, a los
árboles, al aire y al sol.
Fíjate en la cueva de al lado; un conejo igual que él tiene
pareja y acaba de tener conejitos, ¡qué bueno! se dice a si mismo el conejo,
algún día quizá pueda hacer lo mismo.
Recuerda que esa conejita le miraba con ojos golosones hace
un tiempo, pero él estaba a otras cosas y no prestó atención, ahora es feliz
con otro conejo y son felices. ¡Qué bueno!
El conejo no culpa a la naturaleza, no culpa al otro conejo
y por supuesto no culpa a la coneja, él tuvo la oportunidad, pero no se
decidió, no le apetecía o simplemente no era el momento, nada más.
El conejo no culpa al zorrillo por querer darle caza, la
vida es así, él hace lo que debe lo mejor que puede y si la oportunidad se le
brinda, la toma o la deja, es su decisión.
El conejo no necesita decir él es o él hace, él es un conejo
y todo lo que lleva implícito se asume. No tiene que demostrar nada.
Es consciente de que lo que hace es para su bien y si puede
ayuda a los demás.
El conejo si se equivoca asume las consecuencias. No tiene por
qué culpar a nadie, porque él es dueño de sus actos.
Si alguien le hace daño o le lastima, le perdona, no le
reprocha, porque todos los seres cometemos errores, porque todos los seres
somos imperfectos, el conejo también.
El conejo es feliz, con sus virtudes, con sus defectos, con
su vida y con la vida de los demás.
El conejo vive aprovechando cada minuto, sin desperdiciar
tiempo en críticas, sin "si fuera...", "si hubiera
hecho...", "si hubiera pasado...", "me dijo...",
"me prometió..."
¿Tu eres feliz con las cosas que haces o dices?
El conejo vive aprovechando cada minuto.
"Aferrarse al odio es como coger un carbón ardiente
para tirárselo a alguien: Eres tú quien se quema (Buda)"
Juan Carlos Martín.