Disculpar, mala temporada de trabajo, espero que este cuento os
compense...
Hace muchos, muchos años... en un reino junto al mar... :-)
Una joven doncella, ni muy bella, ni demasiado alta, ni demasiado esbelta, su cabello caía por sus hombros con un color tan oscuro como una noche sin luna, sus ojos de un profundo color azul parecía que reflejaban el mar que se pierde más allá del horizonte. Sus andares eran sosegados pero a la vez buscaban un destino una nueva experiencia, descubrir. Sus gestos aunque suaves denotaban carácter, fuerza y ganas de aprender.
Esta doncella, que a bien tenía llamarse Zure, paseaba cada día alrededor de su casa, miraba las flores, los árboles, contemplaba el vuelo de las aves y se deleitaba con su cantar.
Un día tras otro se adentraba cada vez más en el bosque cercano o se perdía caminando sobre la arena de la playa... Así pasaba el tiempo, todos los días, todas las semanas y todos los meses durante varios años...Zure necesitaba explorar más allá, acercarse a los límites que le permitía su miedo a lo desconocido. Ella misma se decía todos los días ¿Por qué no?
Con el tiempo pasó de ser una muchacha a ser una mujer que conocía cuáles eran sus gustos y deseos. Deseaba acercarse a la paz del mar, pero necesitaba perderse en la espesura del bosque y descubrir todo lo que este le regalaba.
Un buen día apareció un hombre caminando por la playa, Zure le vio y se acercó a él, el hombre observaba cada paso que ella daba, cada movimiento de su cuerpo, de sus manos, de su cabello. Al estar relativamente cerca, Zure le saludó cortésmente y el hombre devolvió el saludo. Charlaron amigablemente y se despidieron con la promesa de volver a verse.
Y así fue, al día siguiente, y al otro, y al otro el hombre
de la playa aparecía para ver y charlar con Zure. Ésta a su vez fue cogiendo
cierto cariño y aprecio al hombre quien poco a poco fue convenciéndola de que
debería cambiar su peinado, su pelo flotaba en el aire y eso hacía que
pareciese desaliñada en algunas ocasiones, a él no le gustaba esa impresión que
daba ella. Zure, a partir de ese momento, salía a pasear con el pelo recogido
en una coleta o una trenza para así agradar más al hombre de la playa.
Zure no era feliz con esa modificación de su aspecto físico,
ella era así, como era, durante muchos años había llevado el pelo como deseaba
y sentía que el modificar su aspecto físico no era lo que la hacía feliz.
Zure intentó exponer al hombre de la playa sus sentimientos
y este la reprendió diciendo que era lo que debía hacer para poder acercarse al
entorno del pueblo y así poder conocer a gente muy interesante, otros círculos,
otro mundo.
-¿Para qué quiero acercarme a ese pueblo? ¿Para qué
quiero conocer otra gente, otros círculos? soy feliz con mi pelo suelto al
viento, con mi libertad.
Decidió que si esto no agradaba a ese hombre, no volvería a verle.
Al poco tiempo apareció un caballero montado en un corcel blanco,
era apuesto y con muy buena presencia. Descendió del caballo y se acercó a
Zure. Con una dulzura extrema y un trato exquisito conversó con ella.
Pasó el tiempo y el caballero repetía cada vez más asiduamente el
retorno a verla.
Y así fueron cogiendo confianza, Zure sentía aquello que llaman
algunos, mariposas en el estómago, el caballero la trataba con dulzura, con
amor, siempre estaba atento a sus deseos.
Zure llegó a preguntarse si eso era lo que los ancianos y las
mujeres mayores llamaban amor.
Sin mediar razón para
ello el caballero un día la dijo que tardaría en volver, que llevaba demasiado
tiempo con ella, que él era un alma libre, estaba acostumbrado a ir de un lado
para otro. – No te preocupes Zure, volveré y estaré contigo nuevamente- Le dijo
el caballero quedando ella con el alma triste y el corazón herido.
Pocas albas
sucedieron cuando una mañana, mientras Zure paseaba, escuchó un relincho, miró
al horizonte y sobre una colina cercana vio un caballo rampante, imponente,
iluminado por la primera luz del día. En él montaba el caballero, con una impresionante
pose y presencia, parecía como si el tiempo se hubiera detenido. Mientras el
caballero increpaba al corcel bajando la colina ella sentía su corazón
desbocado al mismo ritmo que el galope del caballo. Su caballero había vuelto
como había prometido. Envueltos por el ardor de la pasión y los lazos del amor;
pasaron varios días en los que Zure se sentía la mujer más dichosa del mundo.
Al cabo de esos días
el caballero volvió a repetir la misma frase, -Debo volar, soy libre y no puedo
atarme, pero volveré-
Zure decidió, en ese
mismo momento, que aquello no podía ser así. Cierto es que el caballero nunca intentó
corregirla, nunca acomodarla a sus correctos modales. Pero ella se sentía
limitada, esclava de un deseo y de una espera que, aunque compensada en parte
al volverle a ver, no la satisfacía plenamente. Estaba siendo encarcelada por la
visión engañosa del amor.
Así pasó el tiempo,
no recuerdo si mucho o poco, en un momento determinado de esta historia a la
vida de Zure llegó una persona similar a ella aunque no igual. Simplemente, no recuerdo
si esta persona era atractivo o no, no recuerdo si era rico o pobre, Zure nunca
lo contó, no importaba lo más mínimo. Le gustaba pasear, le gustaba sentarse y
contemplar el atardecer, le gustaba ella y le gustaba como vivía la vida.
Zure solo me contó
que esta persona respetaba su camino, se ilusionaba por sus deseos, la
comprendía y respaldaba cuando tenía miedo, la abrazaba cuando lo necesitaba y
Zure, poco a poco, descubrió que ella hacía lo mismo, el no esperaba nada a
cambio, solo quería acompañarla, solo quería que ella caminase junto a él.
Cada uno seguía su
propio camino, en ocasiones se cruzaban, en otras no, y era en esas ocasiones
en las que cada uno le contaba al otro las experiencias que habían vivido en la
parte de camino que había decidido andar. Con ello se enriquecían ambos.
… Y el tiempo fue pasando
permitiendo a ambos crecer juntos, viviendo sus vidas, respetando sus espacios.
Sin decir nada, sin pensarlo, descubrieron
que eso era el amor.
Mucha Luz en tu Camino personal.
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